Fiesta de San Miguel Arcángel – Su origen – Culto
que rendimos a los Ángeles – Espíritu de este culto – Fiesta de los Ángeles
custodios – Origen de la fiesta de los Ángeles custodios – Nuestros deberes
respecto del Ángel custodio.
Antigüedad del culto de los Ángeles
El
culto de los Ángeles es tan antiguo como el mundo, pues vemos que se les
invoca en el Antiguo Testamento, y los mismos gentiles les rendían homenajes
supersticiosos. La Iglesia católica, heredera de todas las tradiciones
verdaderas, ennobleció, purificó y consagró desde su origen el culto de los
santos Ángeles, sobre cuyo punto están acordes los Padres de Oriente y
Occidente. Sin embargo, habiendo rendido algunos herejes un culto idólatra a
los Ángeles, la Iglesia de Oriente creyó que debía valerse de cierta reserva en
las honras que dirigió a estos espíritus bienaventurados, temiendo que los
sectarios se aprovechasen para fortalecerse en sus errores; pero no abrigando
temor semejante la Iglesia de Occidente se expresó más libremente sobre la
invocación de los Ángeles.
Es
indudable que se les invocaba mucho tiempo antes de habérseles destinado
fiestas y templos, y no se les había señalado un día particular, porque su
culto estaba como incorporado en todas las oraciones públicas, en todos los
sacrificios públicos, y por consiguiente en todas las fiestas de la
Iglesia. Se hace mención de los Ángeles en el Prefacio y en el Canon de la
misa; en el Salterio, que compone casi todo el oficio canónico; reiteramos con
muchísima frecuencia la memoria de los Ángeles; las Letanías, que ascienden a
la más remota antigüedad, y son como un compendio de las oraciones generales de
la Iglesia, nombran a los Ángeles después de María, su augusta Reina: y así
como se celebra una fiesta general de la Trinidad, del Santísimo Sacramento y
de todos los Santos antes que hubiera solemnidades particulares establecidas en
honra suya, del mismo modo se celebra la fiesta general de todos los Ángeles,
cuyo culto enlaza a toda la liturgia católica, antes que se les hubiese
designado fiestas o templos particulares. Sin embargo la Iglesia, llena de
gratitud hacia los espíritus administradores que velan por su defensa y
cooperan a la salvación de sus hijos, estableció dos fiestas especiales para
satisfacer el tributo de su devoción. La primera es la de San Miguel, príncipe
de la milicia celestial, y la segunda la de todos los santos Ángeles, y en
particular el Ángel custodio.
Explicaremos en breves palabras el origen de esta doble solemnidad. En la época que el Creador había señalado para poner a prueba la fidelidad de los Ángeles, un gran número de ellos, enorgullecidos con su propia excelencia, se alzaron contra el Autor de tantos dones sublimes. El Arcángel san Miguel precipitó en el abismo a los rebeldes con la impresión irresistible del nombre de Dios, victoria expresada por el mismo nombre de este Arcángel Quis sicut Deus? ¿Quién cómo Dios? San Miguel ha sido mirado siempre como el Ángel defensor de las naciones fieles; antiguo protector de Francia, el rey Luis XI le tomó por patrono de la Orden militar establecida bajo su nombre en 1469.
Explicaremos en breves palabras el origen de esta doble solemnidad. En la época que el Creador había señalado para poner a prueba la fidelidad de los Ángeles, un gran número de ellos, enorgullecidos con su propia excelencia, se alzaron contra el Autor de tantos dones sublimes. El Arcángel san Miguel precipitó en el abismo a los rebeldes con la impresión irresistible del nombre de Dios, victoria expresada por el mismo nombre de este Arcángel Quis sicut Deus? ¿Quién cómo Dios? San Miguel ha sido mirado siempre como el Ángel defensor de las naciones fieles; antiguo protector de Francia, el rey Luis XI le tomó por patrono de la Orden militar establecida bajo su nombre en 1469.
Fiesta de San Miguel
El
glorioso Arcángel apareció en 493 en el monte Gargano en Italia. Esta aparición
fue muy consoladora y muy célebre, y en reconocimiento de los beneficios que
procuró a la Iglesia el enviado del Omnipotente, se estableció una fiesta para
recordar este acontecimiento y en honra de San Miguel; fiesta que desde el
siglo V se celebra el 29 de setiembre, y que era en otro tiempo muy solemne en
varios países de Occidente.
He
aquí lo que leemos en las leyes eclesiásticas publicadas en 1014 por Etelredo
rey de Inglaterra: “todo cristiano que tenga la edad prescrita ayunará tres
días a pan y agua, no comiendo más que raíces crudas, antes de la fiesta de san
Miguel, e irá a confesar y a la Iglesia con los pies descalzos… Cada sacerdote
irá tres días con los pies descalzos en procesión con su pueblo, y cada cual
preparará los víveres que necesite para tres días, observando sin embargo que
no haya de gordo, y que se distribuya todo a los pobres. Todos los servidores
serán dispensados del trabajo durante estos tres días para celebrar mejor la
fiesta, o no habrán sino lo necesario para su uso. Estos tres días son el
lunes, el martes y el miércoles antes de la fiesta de san Miguel.”
Aunque
sólo se nombra a san Miguel en el título de esta fiesta, según la oraciones de
la Iglesia, forman, según parece, su objeto todos los santos Ángeles, de lo
cual se desprenden una verdad magnífica y propia para estrechar los lazos de caridad
que nos unen, y es que la Iglesia quiere indudablemente que honremos a los
Ángeles y a los Santos, y celebremos su fiesta con espíritu de unidad y
universalidad, considerándolos a todos como un solo cuerpo y un solo santo, que
es el cuerpo de Jesucristo. Es difícil honrar un miembro sin que esta honra se
comunique a todos los demás miembros del cuerpo; la gloria y la alegría de cada
uno de ellos es común a todos, y la que es común a todos es propia de cada uno
de ellos en particular. Si un miembro es honrado, todos los miembros se
regocijan con él, dice San Pablo. Así pues, la fiesta de cada santo es la de
todos los demás Santos. Por esta razón se celebra en otro tiempo la fiesta de
todos los Apóstoles en un solo día, porque no puede celebrarse la de uno de
ellos sin que todos sean de ella partícipes.
Estas
reflexiones son más necesarias respecto de los Ángeles, a todos los cuales
honramos generalmente el día de la fiesta de San Miguel. La Iglesia no permite que se haga
mención más que de tres Ángeles, cuyos nombres se nos han indicado en la
Escritura, y sin embargo desea que honremos a muchos millones.
Por consiguiente no debemos prestarles homenajes por medio de fiestas
particulares, sino estando en la firme persuasión de que cuando nombremos u
honremos a uno de ellos, los comprendemos y reverenciamos a todos, como si
todos no compusieran más que una santa ciudad, cuya majestad y preeminencias
representa cada uno de ellos.
Medios de honrar a los santos
ángeles
Hablemos,
aunque brevemente, del culto que rendimos a los Ángeles, y del modo de celebrar
su fiesta. El culto supremo, llamado de latría, sólo pertenece a Dios, y no
podríamos rendirlo a la criatura sin incurrir en la más monstruosa idolatría, y
sin ser culpables del crimen de alta traición contra la Majestad divina. Es
idólatra el que ofrece sacrificio a un ser que no es Dios, y le atribuye
directa o indirectamente algún atributo de la Divinidad; pero existe una honra
de orden inferior que debemos a ciertas criaturas por su superioridad o excelencia.
Tal es la que la misma ley de Dios nos prescribe que prestemos a nuestros
padres, a los príncipes, magistrados, y a todas las personas constituidas en
dignidad; tal es igualmente la honra mezclada de sentimientos de religión que,
según los Libros santos y la ley natural, debemos a los sacerdotes o a los
ministros del Altísimo, y que los Reyes, hasta los más malos rendían con
frecuencia a los Profetas, aunque eran hombres oscuros y despreciables a los
ojos del mundo.
En
esta honra se diferencia, como se ve, infinitamente de la que solo pertenece a
Dios; no puede serle injuriosa, y se refiere a las criaturas en tanto que sus
perfecciones son dones de la bondad divina. Cuando manifestamos respecto de un
embajador, honramos al soberano que le ha hecho depositario de una parte de su
autoridad, porque el soberano es el fin ulterior de los sentimientos que
manifestamos. La escritura acude sobre este punto en apoyo de la ley natural. Pagad a todos lo que se les debe… a
quien honra, honra. “Honrad, dice San Bernardo con este motivo,
honrad a cada cual según su dignidad.”
En
cuanto al modo de celebrar dignamente las fiestas de los Ángeles, para no
apartarnos del espíritu de la Religión, debemos: 1º dar gracias a Dios por la
gloria con que colma a estas divinas criaturas, y regocijarnos con la felicidad
con que aquellas se regocijan; 2º manifestar nuestro reconocimiento al Señor
por haber confiado en su misericordia el cuidado de nuestra salvación a estos
espíritus celestiales que nos hacen continuamente los esfuerzos de su celo y de
su cariño; 3º unirnos a ellos para ensalzar y adorar a Dios, y para pedirle la
gracia de hacer su voluntad en la tierra, como lo hacen los Ángeles en el
cielo, y proporcionarnos nuestra santificación imitando la pureza de estos
espíritus bienaventurados con los cuales estamos unidos de un modo tan íntimos;
4º honrarlos no sólo con fervor, sino implorar también el auxilio de su
intercesión.
Devoción al ángel custodio
Nos
queda hablar del Ángel custodio. En primer lugar, ¿hay hay algo más conveniente
para dar al hijo de Adán, a este niño que se arrastra por el polvo, que riega
con sus lágrimas el camino de la vida, que lo recorre como si dijéramos cuál el
más ínfimo de los seres, que se siente encadenado, por el peso de una
naturaleza corrompida, hacia todo lo más vil y abyecto; se conoce algo más
propio para ennoblecer a sus ojos, y hacerlo respetable y sagrado a los ojos de
los demás, que la fiesta del Ángel custodio? Hijo del polvo, acuérdate, le dice
la Iglesia en este día, de que eres hijo del Eterno. El Monarca de los mundos
ha comisionado cerca de ti un príncipe de su corte, y le ha dicho: Marcha, toma
a mi hijo de la mano, vigila todos sus pasos, y hazle conocer sus necesidades,
deseos y suspiros. Durante el día, permanece a su lado en su camino, y por la
noche, en pie a la cabecera de su lecho. Tómale en brazos, no sea que se
dañe el pie contra la piedra; está confiado a tu cuidado; le traerás en tus
brazos al pie de mi trono el día que haya señalado para introducirle en mi reino,
su inmortal herencia. He aquí lo que nos dice, y otras muchas cosas más en la
fiesta del Ángel custodio. La Iglesia católica, que es reparadora universal,
¿podría olvidarse de celebrarla? Por el contrario, ha hecho todo lo que ha
podido para sensibilizar y hacer que estuviera siempre presente la creencia del
Ángel custodio. Desde la cuna hasta el sepulcro nos habla del Príncipe de la
corte celestial que vela en defensa de nuestro cuerpo y de nuestra alma, que ve
todas nuestras acciones y, da cuenta de ellas al Dios del cielo, padre y juez
de todos los hombres.
Fiesta de los Ángeles custodios
No
bastando, sin embargo, todo esto a su solicitud, la Iglesia ha establecido una
fiesta particular para honrar a los Ángeles custodios de sus hijos. Fernando de
Austria, que después fue emperador, alcanzó a principios del siglo XVII del
Papa Paulo V que pudiera hacerse el oficio del Ángel custodio, y se celebrase
su fiesta. Esta interesante solemnidad se esparció muy pronto por toda la
Iglesia, y no se ha interrumpido desde aquella época. En efecto, ¿no son los
mismos, es decir, poderosos innumerables y queridos a los corazones honrados
los motivos que tenemos para celebrarla? Hasta parece que cuanto más
avanzamos en la vida y más se acerca el mundo a su fin, más imperiosas son
las razones de honrar a los Ángeles buenos. ¿No es testigo cada día de nuestra
existencia, y la del mundo, de algún nuevo beneficio de los Ángeles custodios?
Díganme pues, estos nuevos beneficios ¿no son títulos a nuestra gratitud y a
nuestra devoción?
Dice
San Bernardo que para cumplir los deberes que se nos han impuesto respecto de
nuestro Ángel custodio, es preciso rendirle un triple homenaje: el del respeto,
el de la devoción y el de la confianza. Le debemos el respeto por su presencia,
la devoción por su caridad, y la confianza por su vigilancia. Penetrados del
respeto, hay que ir siempre con circunspección, recordando sin cesar que
estamos en presencia de los Ángeles encargados de guiarnos por nuestras sendas;
y en cualquier lugar que estemos, por secreto que sea, tenemos que respetar a
nuestro Ángel custodio. ¿Se atreverían a hacer delante de él lo que no
quisieran hacer en mi presencia?
No
solamente debemos respetar a nuestro Ángel tutelar, sino también amarle. Es un
custodio fiel, un verdadero amigo, un protector poderoso; a pesar de la
excelencia de su naturaleza, su caridad le inclina a encargarse del cuidado de
defendernos y protegernos, y vela por la conservación de nuestros cuerpos, a
los que los demonios tienen a veces el poder de dañar. Pero ¿qué no hace por
nuestras almas? Nos instruye, nos anima, nos exhorta interiormente, y nos
advierte nuestros deberes con secretas reprensiones; ejerce respecto de
nosotros la misión que ejercía con los judíos aquel Ángel que los guiaba a la
tierra prometida, y hace por nosotros lo que Rafael para el joven Tobías; nos
sirve de guía en medio de los peligros de esta vida. ¡De cuán profunda
gratitud, respeto, docilidad y confianza hemos de estar animados para con
nuestro Ángel custodio! ¿Cómo podremos agradecer bastante la divina
misericordia por el don inapreciable que nos ha hecho?
Reflexionando
Tobías sobre los señalados favores que había recibido del ángel Rafael, dice a
su padre: “¿Qué recompensa podríamos darle que fuera proporcionada a los bienes
de que nos ha colmado? Me ha llevado y vuelto con perfecta salud, ha cobrado el
dinero de Gabelo, me ha hecho tener la mujer con quien me he casado, ha
apartado de ella el demonio, ha llenado de alegría a sus padres, me ha
libertado del pez que iba a devorarme, ha hecho que veas la luz del cielo, y
por medio del él hemos sido llenos de todos los bienes. En vista de esto ¿qué
le podremos dar que sea correspondiente?” Tobías y sus padres, penetrados de la
más profunda gratitud, cayeron en tierra sobre su rostro durante tres horas y
bendijeron a Dios. Tratemos de participar de iguales sentimientos. “Amemos,
dice san Bernardo, amemos tiernamente en Dios a los Ángeles, esos espíritus
bienaventurados que serán un día compañeros nuestros y coherederos en la
gloria, y que actualmente son nuestros tutores y custodios. Seamos devotos y
agradecidos para con semejantes protectores, y amémosles y honrémosles en
cuanto somos capaces”.
Debemos
tener además una tierna confianza en la protección de nuestro Ángel custodio.
“Por débiles que seamos, dice también san Bernardo, por miserable que sea
nuestra condición y grandes los peligros que nos rodean, no hemos de temer bajo
la protección de tales custodios… Siempre que sean acometidos por alguna
tribulación o tentación violenta, imploren el auxilio del que los guarda, los
guía y los asiste en todas sus penas.”.
Pero
para merecer su protección debemos, ante todo, evitar el pecado, pues las
faltas le afligen, aunque sean veniales. “Así como el humo ahuyenta las abejas,
dice san Basilio y el mal olor las palomas, del mismo modo la infección del
pecado ahuyenta al Ángel encargado del cuidado de custodiarnos”. La impureza es
especialmente un vicio que horroriza sobremanera a los espíritus celestiales, y
los Ángeles de los niños que escandalizamos claman venganza contra nosotros.
“Enviaré, dice el Señor, mi Ángel que vaya delante de ti, y te guarde en el
camino y te introduzca en el lugar que he preparado. Reverénciale, y escucha su
voz, ni juzgues que se le ha de despreciar; porque cuando pecares no te lo
pasará, y en él está
mi nombre. Mas si oyeres su voz, e hiciéres todo lo digo,
seré enemigo de tus enemigos, y afligiré a los que te afligen. E irá delante de
ti mi Ángel, y te introducirá en la tierra que te ha preparado”
Oración
Dios
mío que eres todo amor, te doy gracias por haber enviado tus Ángeles para
custodiarme: dame la gracia de que yo sea un ángel delante de ti por la pureza
de mi corazón y mi prontitud en hacer tu santa voluntad. Me propongo amar a
Dios sobre todas las cosas, y a mi prójimo como a mí mismo por amor a Dios; y
en testimonio de este amor, rezaré todos los días con fervor a mi Ángel
custodio.
Tomado
del Catecismo de la
Perseverancia
Abate J. Gaume
Págs. 526-532
http://www.enciclopediacatolica.com/g/gaume.htm
Abate J. Gaume
Págs. 526-532
http://www.enciclopediacatolica.com/g/gaume.htm
Compilado por: José Gálvez Krüger
Director de la Revista de Humanidades
“Studia Limensia”